Ranger siempre fue un perro agresivo y gruñón como él solo. "Un malandro" como dijo el veterinario. Yo nunca lo podía pasear, me daba vergüenza que la gente viera como algo tan pequeño y aparentemente delicado se llevara toda mi fuerza, tantas veces mi hermana dijo "Ahí va Ranger a pasear a Dayana" y sí, efectivamente era más eso que cualquier otra cosa.
Era afanado, y fuerte, a veces alcanzaba algún hueso y cuando me daba cuenta, era una odisea quitárselo. Mi plan inicial era ver, asomándome de lejos, de qué tamaño era el hueso que tenía en la boca, apenas se daba cuenta, me gruñía como diciéndome "un movimiento en falso y este va a ser tu último día de vida", y yo le tenía un miedo horrible, yo ya sabía lo que era ser mordida por él. 
Lo segundo era actuar como si no importaba y como si solo iba a esperar tranquilamente que se lo comiera, él me creía siempre, por suerte, y empezaba a morderlo y lo soltaba para poderlo agarrar de una manera más cómoda, y ahí es que intervenía yo: una vez que lo soltaba, yo lo halaba lo más rápido que podía lejos del hueso. A veces él era más rápido que yo, pero normalmente yo lo lograba. Y claro, la gente que estaba cerca siempre se daba cuenta de estas cosas, así que sí, como si no fuera pena suficiente que mi perro me llevara a rastras, encima, me regañaba en la calle. 

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